El utrerano Jose de Quinta supera la Graval, 420 km y 7.000 metros de desnivel positivo.
Hay quien el fin de semana se escapa a la playa o sale a comer con los amigos… y luego está José de Quinta, utrerano, deportista incansable y amante de los retos imposibles.
El pasado 31 de octubre participó en la Graval, una prueba de ultradistancia que recorre más de 400 kilómetros y 7.500 metros de desnivel positivo por la Comunidad Valenciana. Una auténtica aventura sobre dos ruedas que combina esfuerzo, estrategia y, sobre todo, cabeza.
José no es nuevo en esto: lleva más de veinte años entrenando y compitiendo en distintas disciplinas —desde triatlones y maratones hasta pruebas cicloturistas como La Indomable, La Quebrantahuesos o Sierra Nevada Límite—, y poco a poco ha ido encontrando en la ultradistancia un espacio donde cuerpo y mente van de la mano.
Desde COPE Utrera hemos querido charlar con él para conocer cómo vive alguien de aquí una experiencia tan extrema, qué le lleva a hacerla y qué aprende por el camino.
¿Era tu primera experiencia en una prueba de ultradistancia?
No, ya el año pasado hice la Quixote Bikepacking, una locura de 530 kilómetros con 3.870 metros de desnivel positivo. Aquella tenía más kilómetros, pero menos dificultad técnica y menos desnivel. Esta Graval ha sido más corta, pero muchísimo más exigente en cuanto a terreno y esfuerzo.

¿Cuál es la parte del recorrido que más disfrutaste?
Sin duda, el paraje natural de El Tello, cerca de Catadau, y las pistas forestales de Sumacàrcer. Aquello fue espectacular, de esos tramos en los que se te olvida el cansancio y solo piensas: “qué suerte tenemos de vivir en un país así”.
Muchas veces soñamos con irnos al quinto pino para ver paisajes impresionantes, y la realidad es que en España tenemos de todo: montañas, bosques, desiertos, costa, llanuras… todo a unas pocas horas en coche. Pedaleando por allí pensaba precisamente eso: que somos unos privilegiados y que muchas veces no nos damos ni cuenta.
Y además, hay algo muy satisfactorio en saber que soy capaz de ir donde quiera con mi bici, de forma autosuficiente. Llevar encima todo lo que necesito, resolver lo que venga y seguir adelante solo con mis piernas y mi cabeza. Esa sensación de libertad es impagable.

¿Cuáles son los momentos más duros en una prueba de estas características?
Lo más duro es ir acumulando horas y seguir resolviendo pequeños problemas uno detrás de otro. Este año, por ejemplo, las rodillas empezaron a molestarme sobre el kilómetro 200. O tener que cargar la bici —con todo el equipaje— durante 45 minutos por un sendero de trekking… o enfrentarte a rampas del 20% después de más de 20 horas pedaleando.
Son momentos en los que piensas “¿quién me manda a mí meterme en esto?”, pero luego sigues, porque sabes que forma parte del juego. La cabeza manda más que las piernas.

¿Cómo se prepara un deportista como tú para una prueba de ultradistancia?
Esto no se entrena en dos meses. Yo llevo desde los 18 años haciendo deporte: triatlones, carreras populares, medias maratones, maratones, Ironman, cicloturistas como La Indomable, La Quebrantahuesos o Sierra Nevada Límite… y todo eso te va curtiendo. Sin darte cuenta, te va llevando hacia pruebas más largas, más duras y, sobre todo, más mentales.
Hoy entreno seis días a la semana, y muchas veces hago doble sesión: gimnasio y carrera, o gimnasio y bici. Dejé la natación hace años, pero sigo entrenando con la escuela de triatlón y con mi grupo de ciclismo. Hago un tipo de entrenamiento híbrido, combinando fuerza, resistencia y trabajo funcional.
También cuido mucho la nutrición y el descanso. Soy un poco friki de eso: controlo lo que como, cómo duermo, cómo recupero… porque en una prueba así todo cuenta. No es solo pedalear: es llegar afinado física y mentalmente.
Y sobre todo, hay algo que para mí es muy satisfactorio: saber que soy capaz de ir donde quiera con mi bici, de forma autosuficiente. Llevar encima todo lo que necesito, resolver lo que venga y seguir adelante solo con mis piernas y mi cabeza. Esa sensación de libertad y de autosuficiencia es impagable, y creo que es una de las razones por las que sigo metiéndome en estas aventuras.

¿Cuánto tiempo tardaste en completar la prueba?
Fueron 22 horas y 40 minutos en movimiento, y 34 horas y 35 minutos en total. En ese tiempo se incluyen las paradas para descansar un poco, comer, revisar la bici o simplemente despejar la cabeza.

¿Qué enseñanza se puede extraer de una experiencia de estas características?
Siempre me dicen: “¡Tú estás loco, eso no puede ser sano!”. Y yo contesto que para el cuerpo, no mucho —porque acabas destrozado—, pero para la mente es lo mejor que hay.
Estas pruebas te ponen frente a ti mismo: ves cómo reaccionas ante la fatiga, los problemas o el sueño. Te obligan a planificar, a improvisar, a conocerte muy bien. Aprendes a gestionar los pensamientos negativos, a no rendirte y a disfrutar incluso del sufrimiento.
Durante la prueba repetí dos frases constantemente: una era “¡qué maravilla!” y la otra “vamos José, todo pasa…”. Y así, entre una y otra, se van pasando los kilómetros.

¿Cuál es el próximo objetivo que te marcas?
Ahora cambio el chip y me pongo en modo maratón. En febrero tengo la Maratón de Sevilla, que ya se ha convertido en mi estación de penitencia anual: todos los años me pongo el capirote y el cirio, y a procesionar por las calles de Sevilla corriendo.
Después de eso, tengo en mente una prueba de ultradistancia pero en bici de carretera: más de 600 kilómetros y más de 11.000 metros de desnivel positivo. Algo grande, de esos retos que te dan respeto pero que sabes que te van a marcar.
Porque al final, más allá de competir, lo que busco es eso: sentirme libre, autosuficiente y seguir descubriendo hasta dónde puedo llegar.
